Perseguido por los nazis durante la ocupación de Polonia y condenado a muerte por los comunistas, compartió celda con el carnicero del gueto de Varsovia.
«Moczarski escribió en una de sus cartas: «No me gusta el fascismo ni la dictadura (…) No me gustan las palabras vacías ni grandilocuentes. (…) No me gusta la cárcel, el terror y la violación, aplastar los dedos y quemar la piel con fuego. (…) No me gusta el desprecio a los seres humanos. No me gustan los candidatos a ángeles, porque al final se convierten en bastardos. (…) ¿Y qué me gusta? La libertad, la democracia, el socialismo, la solidaridad internacional e interpersonal, el sentido de la dignidad personal (…), la vivienda limpia, la alimentación adecuada, la ropa buena para todos, el teatro, el cine, los conciertos, el deporte, los museos, la ciencia, los libros – para todos (…) el control público, la opinión pública libre. (…) Y el gesto de una mano amable».» (wyborcza.pl)
Moczarski, conversaciones con un verdugo
Kazimierz Moczarski nació el 21 de julio de 1907 en Varsovia, hizo la carrera de Derecho y comenzó a trabajar en el Ministerio de Asuntos Sociales, un pequeño organismo con menos de cien funcionarios. En esa época Polonia era casi un país recién estrenado y los funcionarios de su Ministerio, casi todos muy jóvenes, pertenecían a ese grupo raro de humanistas liberales que cojeaban por el pie izquierdo pero que nunca cayeron en la tentación del estalinismo.
Fue allí donde conoció a una estudiante de Periodismo de solo 20 años, llamada Zofia Płoska. Corría el año 1939. Para asombro de sus amigos, con solo un mes de relación los jóvenes se casaron el 31 de julio. Faltaba exactamente un mes para que comenzara la Segunda Guerra Mundial. El 1 de septiembre Alemania cruza la frontera con Polonia y comienza la invasión. El día 6 el Gobierno decide la evacuación de su Ministerio hacia el este para alejarse de los invasores. No cuentan con que 17 días después les atacará el Ejército Rojo, que llega precisamente desde el este. Polonia se convierte así en un país doblemente invadido y abandonado por todos los aliados occidentales.
Moczarski pasa a la clandestinidad, y se integra en la Armia Krajowa, el ‘Ejercito Territorial’, que llegará a tener 200.000 soldados. Como miembro del mismo participa en el levantamiento de Varsovia, del 1 de agosto al 2 de octubre de 1943. El Gobierno en el exilio no quería que la capital fuera liberada por el Ejército Rojo y por eso ordenó el levantamiento. Para entonces, los soviéticos estaban justo detrás del Vístula, a pocos kilómetros de Varsovia, pero se negaron a ayudar a los sublevados frente a los alemanes. Stalin prefirió que Varsovia fuera arrasada (200.000 muertos, 700.000 expulsados, 80% de la ciudad destruida casa a casa) a que lo liberaran las tropas a las órdenes del Gobierno polaco en el exilio.
El poder soviético crea su propio Gobierno procomunista polaco en Lublin. Los gobiernos occidentales, con una última traición, reconocen a ese Ejecutivo y retiran su apoyo al Gobierno polaco en el exilio. Y así comienza una historia terrible para los soldados de la Armia Krajowa, que fueron declarados traidores por el poder soviético y acusados de colaboracionistas con los nazis. Son los llamados ‘soldados malditos’, obligados a pasar de nuevo a la clandestinidad. A Moczarski le detuvieron el año 1945 al salir de una cita.
Para un lector occidental actual es extremadanamente difícil comprender la esencia del poder soviético. Al calificarlo de ‘dictadura’ lo identificamos con la definición común de todas las dictaduras, especialmente con la ruptura de la democracia liberal. Y, sin embargo, la naturaleza del poder soviético no es lo común, que es solo una consecuencia necesaria -romper la legalidad constitucional- sino lo concreto. Lo que define la naturaleza del poder soviético es lo que es exclusivo de él.
Normalmente, para acceder a comprender lo desconocido, partimos de algo conocido para, por analogía, intentar conocer lo nuevo. Pero en el caso soviético no nos sirve. Lo que nosotros entendemos por tortura no es de la misma naturaleza que las torturas practicadas por la NKVD, no es solo cuestión de cantidad, es de una cualidad diferente. A Moczarski le torturaron durante más de cinco años. En 1949, al ver que no cedía, detuvieron su mujer, Zofia. También la torturaron.
Torturas
Leopold Okulicki, general de Armia Krajowa, fue de los primeros en ser detenido y murió asesinado en algún sótano de la Lubianka. Fue él quien dijo: «Lo de la Gestapo es un juego de niños comparado con la NKVD». Sabía de lo que hablaba porque también había sido detenido y torturado por los alemanes.
En su libro ‘Conversaciones con un verdugo’, Moczarski no hace ninguna referencia a su situación y las torturas sufridas, sólo deja una frase para lectores avezados. «Ese día el carcelero me mandó salir de la celda. Comencé a sudar a mares». A Moczarski le condenaron a diez años y por la amnistía del año 1947 lo rebajaron a cinco. En 1948 iniciaron un nuevo proceso por el que fue condenado a muerte. Cinco años más tarde, con motivo de la muerte de Stalin, le conmutaron la pena a cadena perpetua, pero no se lo notificaron hasta dos años más tarde. En 1956, durante el breve deshielo de Kruschev, lo liberaron.
En su libro cuenta cómo en 1949 lo sometieron a una tortura especialmente sofisticada. Lo cambiaron de celda y al entrar en la nueva vio a dos presos. El más alto, como de 1,85 de estatura, se le acercó y se presentó. «Jürgen Stroop, con dos ‘o’». Y añadió: «Enchanté», como queriendo darse importancia. No hacía falta que se presentara. Moczarski le conocía perfectamente, porque durante la ocupación intentó asesinarle. Era el teniente general Stroop, el carnicero del gueto de Varsovia. El que había convertido la ciudad en ruinas, dinamitando casa por casa. De esta forma, durante 255 días convivieron en la misma celda dos criminales nazis y un soldado antinazi, prisioneros del mismo verdugo soviético.
Moczarski se propuso aprovechar su estancia allí para analizar la personalidad y la naturaleza del nazi y del nazismo. Stroop hablaba de forma desinhibida, sin tapujos de las masacres. La ‘Gross Aktion in Warschau’ (la destrucción del gueto) era el culmen de su carrera. Preguntar si mostraba algún arrepentimiento es inútil. El arrepentimiento supone la existencia de otros valores morales. Stroop había abandonado la civilización y la humanidad. «En política no existen valores morales», decía. Y contaba con detalle la destrucción del gueto. «Mis hombres se divertían disparando a los paracaidistas». Los paracaidistas eran los judíos que desesperados saltaban de las ventanas de los edificios en llamas.
Himmler le ordenó documentar todo con fotografías. Hay una icónica del gueto: un niño pequeño con los brazos levantados junto a una mujer y otros niños. La sacó el propio Stroop.
Moczarski hizo un esfuerzo enorme en rememorar y recordar todas las frases del nazi. Al salir de la cárcel trabajó durante diez años para escribir ‘Conversaciones con un verdugo’. El resultado es un análisis casi profiláctico de la personalidad de Stroop, de un nihilismo más allá del mundo. La verdadera cara, ajena a la humanidad, de un nazi alemán.
Moczarski le pregunta a Stroop cuántos fueron en total los asesinados del gueto: «Unos 71.000». «¿Sabe que eso son unos 300.000 litros de sangre humana?» le contesta Moczarski.
(Andoni Unzalu Garaigordobil en Territorios. El Correo. 19 febrero 2021.)
Fotos del guetto de Varsovia – Jürgen Stroop



Kazimierz Mocharski: Fotos



Bibliografía
- Moczarski, Kazimierz (Author)