Escuchó a un diputado girondino decir que si caía la cabeza de Marat se salvaba la República y decidió asesinarlo, aún a costa de su vida.
«He matado un hombre para salvar a cien mil.», dijo.
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Charlotte Corday, solo morimos una vez
Escuchó a un diputado girondino que era preciso matar a Marat y decidió acabar con él aun a cuenta de su propio sacrificio.
El 17 de julio de 1793 el Tribunal Revolucionario de París juzga a una mujer joven de 23 años, Charlotte Corday. La acusan del asesinato de Marat. El juicio es breve, ella ha reconocidos los hechos. Al oír la sentencia exclama con serenidad: «Solo se muere una vez». Antes de que se ponga el sol será guillotinada en lo que hoy se llama Place de la Concorde.
Charlotte pertenece a esa nobleza rural y provinciana venida a menos. Tiene otras dos hermanas y dos hermanos. Es descendiente directa de Corneille, el famoso dramaturgo francés. Cuando la chica cumple 13 años muere su madre y su padre decide internar a las tres hijas en la Abaye aux dames, un convento que recoge a las hijas de la nobleza sin posibles.
Al entregarla al convento su padre le regala unos libros, entre ellos algunos de Rousseau y de Voltaire. En el convento hay una buena biblioteca y Charlotte recibe una educación clásica.
Su personalidad se fraguará sobre tres ejes sólidos, la fe católica, la lectura de los clásicos y la Ilustración. Estas tres facetas de su identidad se moldean sin ninguna contradicción entre ellas. Nunca abandonará la fe católica y siempre admirará los clásicos griegos (el único libro que llevaba consigo cuando fue a París era ‘Las vidas paralelas’ de Plutarco). La lectura de los clásicos le imbuye de una visión heroica de la tragedia. Un sentimiento del sacrificio personal para el bien de la comunidad. La lectura de los ilustrados, por su parte, graba en su interior una visión de la libertad política, como antagónica a la tiranía.
En el año 1792 la Revolución obligó a cerrar el convento y Charlotte se trasladó a Caen, a vivir con una tía. En junio de 1793, la Convención ordena la detención de los diputados girondinos. Había comenzado el Terror. Algunos, que logran huir, terminan en Caen. Estos diputados organizan reuniones clandestinas a las que, a menudo, acude Charlotte. Así conoce a Buzot, Pétion o Barbaroux. Ella se identifica totalmente con los postulados girondinos. Los diputados critican a la Convención y a la Montaña, por su política de terror y falta de libertad, pero sobre todos hay un hombre al que odian de forma especial: Jean-Paul Marat, un exmédico metido a revolucionario, que edita un periódico incendiario, ‘L’Ami du peuple’, en el que publica anatemas y pide el asesinato de cientos de miles de personas.
En una de esas conversaciones clandestinas uno de los diputados dice: «Derriba la cabeza de Marat y el país se salva». Es aquí cuando Charlotte decide sacrificarse por su país y asumir su martirio para terminar con la tiranía.
El 9 de julio abandona Caen sin decir a nadie sus intenciones. Al llegar a París se hospeda en el Hôtel de la Providence. Compra un cuchillo con mango de ébano y escribe una carta a Marat. Le dice que viene desde Caen y que le tiene que dar información muy importante para salvar la República. Le pide que la reciba, pero Marat no le contesta. Al día siguiente le vuelve a escribir solicitando una entrevista de forma perentoria. Tampoco recibe respuesta.
Charlotte no se arredra, coge un coche y va directamente a la casa de Marat, en la calle Cordeliers. Había pensado asesinarlo en la propia Convención, para dar al acto mayor valor simbólico, pero hace tiempo que Marat no va ahí por su enfermedad.
Al intentar entrar la para la portera y no la deja pasar, forcejean y Corday logra subir unos peldaños. El ama de llaves de Marat, alertada por los gritos, abre la puerta de su apartamento. Charlotte quiere entrar, pero el ama de llaves se opone con fuerza e inician una pelea. De las frases entrecortadas que escucha, Marat deduce que es la mujer que le había escrito dos cartas y con voz firme ordena que la dejen pasar.
Albertine, la criada, la conduce a regañadientes a la pequeña habitación donde se encuentra Marat, pero deja la puerta entreabierta para oír la conversación.
Marat está en una bañera y tiene puesto de parte a parte un tablón para poder escribir sobre él. A su derecha hay un gran leño y encima el tintero de plomo. Acaba de terminar un escrito dirigido a la Convención donde pide la proscripción de todos los Borbones de Francia.
Muerte y salvación
Charlotte, con la mirada baja, comienza a decirle que viene a prevenirle de que hay diputados huidos en Caen. Marat pide nombres y se los da mientras él los apunta en un papel. Al terminar le dice: «Dentro de ocho días estarán bajo la guillotina». Asegura Lamartine que esta frase le insufla a la chica el ánimo necesario para su acción, saca el cuchillo de debajo del pañuelo y con una enorme fuerza se lo clava hasta el mango, con el mismo movimiento lo saca y lo deja caer a sus pies. Marat muere al instante.
Charllote es detenida de inmediato, no se resiste, solo afirma: «He matado a un hombre para salvar a cien mil».
Al cachearla encuentran dos documentos, un manifiesto político a los franceses donde denuncia la tiranía, y su certificado de bautismo. Quiere que sepan quién es. Quiere que sepan que ha sido ella, Charlotte Corday, la que, con su martirio, ha terminado con la tiranía.
Terminado el juicio la conducen a la Conciergerie a la espera de ser trasladada al suplicio. Está muy serena, algo que asombra a todos. En la celda están con ella el verdugo Sanson y un joven que pinta su último retrato.
El verdugo comienza con los preparativos, le quita el pañuelo y le corta el pelo. Resulta tener una hermosa cabellera de color castaño. Después la visten con la chaqueta roja de los asesinos condenados.
Ya es hora de salir. De repente cae una violenta tormenta sobre París, que pronto amaina. A la puerta de la Conciergerie han acudido muchos a contemplar a la joven asesina de Marat. Allí están entre otros Robespierre y Danton.
Los condenados a la guillotina solían ser conducidos en un carro. Charlotte renuncia a sentarse en la banqueta que le ofrecen y hace todo el recorrido de pie, con dignidad y seguridad.
Cuenta Lamartine que al contemplar la guillotina la mujer tiene un brevísimo sobresalto del que se recupera de inmediato. Luego sube al catafalco, el verdugo Sanson hace su trabajo y la hoja cae.
Un ayudante del verdugo cogió la cabeza de Charlotte y, para escarnio, le dio dos bofetadas. Los que estuvieron presentes contaron que las mejillas de la joven se sonrojaron por el insulto.
(Andoni Unzalu Garaigordobil. El Correo – Territorios, 26/09/2020)
Bibliografía
Libros y materiales accesibles de manera gratuita:
Alphonse de Lamartine, «Historia de los girondinos»
https://bibliotecadigital.jcyl.es/es/consulta/registro.cmd?id=23175